
A ver, seamos honestos: cuando Donald Trump anda suelto, el mundo tiembla un poquito. Y México, ni se diga. Esta semana, nos tocó otra vez sentir el jalón de orejas de la política comercial gringa, que, aunque ya nos suena a canción “éxito del verano” por aquello de lo repetida, no deja de meternos un buen susto en el bolsillo de los negocios. Resulta que el señor Trump decidió revivir y, peor aún, duplicar los aranceles al acero y al aluminio mexicano. De un 25% ¡al 50%! Eso no es un “ajustito”; ¡es un derechazo en la cara!
Para que quede claro, la primera vez que Trump estuvo en la silla presidencial, nos enseñó que sus amenazas no son puro choro mareador. Así que esta movida de subirle el precio a nuestros productos clave, pues se ve a leguas que es para “proteger su chamba” y “emparejar la balanza”. Pero aquí, en México, a nosotros nos suena más a un tiro por la culata o, de plano, a una forma de meternos presión en medio de tanto pleito comercial que traemos.
Y obvio, el grito en el cielo no se hizo esperar. La gente de la COPARMEX, que siempre anda con lupa viendo el billete, ya lo dijo bien clarito: estos aranceles no solo le dan una torre a nuestra competencia, sino que también le meten el pie a la integración de toda la cadena productiva de Norteamérica.
No se nos olvide que muchos de nuestros productos no son finales, sino piezas que van armadas en carros, lavadoras o lo que sea, junto con Estados Unidos y Canadá, bajo el famoso T-MEC. Entonces, un 50% de arancel al acero y aluminio no es una piedrita en el zapato; es una muralla que encarece todo, le pega a las ganancias y, al final del día, puede dejar a mucha gente sin trabajo y frenar la inversión.
Pero aquí viene lo curioso, casi como si el universo nos estuviera jugando una broma: mientras el miedo a los aranceles andaba de boca en boca, nuestro peso mexicano se puso los pantalones y ¡se lució! Esta semana, llegó a niveles que no veíamos en meses, y hasta en lo que va del año. ¿Será que nuestra moneda es de acero, que el dólar anda flaco, o que hay esperanza de que con unas buenas pláticas se baje el pleito? Seguramente es un poco de todo, pero el contraste está ahí: el peso saca el pecho mientras la industria anda con el Jesús en la boca.
Lo que sí es un hecho es que al gobierno mexicano le tocó bailar con la más fea. La respuesta no puede ser a lo loco. Necesitamos una jugada diplomática inteligente, que apueste por el diálogo y la negociación, tal como ya lo hemos hecho antes. México tiene que defender su negocio sin caer en una guerra de aranceles que nos dejaría a todos con un ojo morado. La clave está en mostrar que estas medidas nos pegan a todos, hasta a ellos mismos, y en buscar un camino que nos dé estabilidad y crecimiento mutuo.
La patada arancelaria de Trump no es algo nuevo, pero el impacto que podría tener en una economía global que ya anda media torcida, podría ser mucho más gacho. México tiene que navegar estas aguas con cabeza fría, con estrategia y con la convicción de que abrirnos al mundo y trabajar juntos es el camino para que nos vaya bien. Si no, los nubarrones que se ven podrían convertirse en un verdadero madrazo para nuestra economía.