Mientras el reloj avanza y la economía global se tambalea con los terremotos en el sector energético, en México se teje una novela interesante en torno al petróleo: la creciente apuesta de Carlos Slim Helú en un sector que parece ahuyentar a otros grandes jugadores.

¿Qué ve el hombre más rico de México en un negocio que a Pemex, nuestra paraestatal, le ha traído más dolores de cabeza que barriles de alegría?


La respuesta no es sencilla. A pesar de que gigantes internacionales han optado por retirarse de ciertas inversiones petroleras en el país, Grupo Carso, bajo la dirección de Slim, no solo ha mantenido su presencia, sino que la ha profundizado. Con más de 2 mil millones de dólares invertidos en proyectos energéticos y una alianza clave con Pemex en el yacimiento de gas Lakach, Slim está enviando un mensaje claro: hay valor en el subsuelo mexicano, incluso con una Pemex financieramente asfixiada.

La participación de Grupo Carso en Talos Energy, y por ende en el prometedor yacimiento Zama, solo refuerza esta visión estratégica.


Surge entonces la pregunta del millón: ¿es Slim un salvador o un socio estratégico? ¿Será que quiere repetir la fórmula que lo llevó a ser millonario con Telmex? Porque lo que está raro es que, mientras invierte, Pemex le debe a Grupo Carso una suma bastante grande.

Esta situación, lejos de ser un obstáculo, parece ser una señal de la confianza de Slim en el potencial de Pemex, quizás con la esperanza de que exista una remodelación en la casa, que le permita volverse el dueño y señor de nuestro preciado oro negro… no sería la primera vez.

Mientras Slim observa y actúa, Pemex se encuentra en una de sus encrucijadas más críticas. La petrolera es, sin rodeos, la compañía petrolera más endeudada del planeta. Hablamos de una deuda financiera que supera los 100 mil millones de dólares, una cifra astronómica que pesa como una losa sobre las finanzas públicas… Algunos dirían que la loza ya tiene más bien cara de lápida.


Pero el problema no termina ahí. La verdadera urgencia, y la que pega con mayor fuerza en la economía del país, son los adeudos con sus proveedores. Cifras que rondan los 405 mil millones de pesos a marzo de 2025, y que algunas estimaciones elevan hasta un billón de pesos, han puesto contra la pared a miles de pequeñas y medianas empresas.

Constructoras, empresas de servicios y proveedores de insumos en estados petroleros como Tabasco y Veracruz están al borde del colapso. La Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) incluso ha alzado la voz, denunciando posibles actos de corrupción para agilizar los pagos, un eco sombrío que nos recuerda la necesidad urgente de transparencia y gobernanza.


Las cifras son implacables: Pemex cerró 2024 con una pérdida neta de 620 mil 605 millones de pesos, a pesar de las inyecciones directas de dinero por parte del Gobierno federal. Esta dependencia crónica del erario público pone en jaque la sostenibilidad de las finanzas nacionales.

El rescate de Pemex ya no es una opción, sino una ineludible necesidad, y se espera que la nueva administración presente un plan concreto para sacar a la paraestatal de este agujero financiero.


La situación es compleja. Pemex, que alguna vez fue el motor económico de México, hoy lucha por su supervivencia, enfrentando no solo deudas y pérdidas, sino también la necesidad de una profunda reestructuración y, lamentablemente, recortes de personal. Mientras tanto, Carlos Slim ve una oportunidad en medio del caos, apostando por un futuro energético que, para bien o para mal, sigue siendo el motor de México.

¿Podrá la visión de Slim y la inevitable reestructuración de Pemex trazar un nuevo rumbo para el gigante petrolero mexicano? Solo el tiempo, y las decisiones políticas y económicas, lo dirán.