México se encuentra en una encrucijada económica donde la necesidad de ingresos y la creciente competencia global se entrelazan. En los últimos días, dos noticias han acaparado los titulares: el aumento del impuesto mínimo global a plataformas chinas como Shein y Temu, y la alarmante cifra del déficit fiscal que alcanzó el 5.7% del PIB, el más alto desde que se tiene registro. A primera vista, podrían parecer dos temas separados, pero al analizarlos con detenimiento, se revela una relación íntima y compleja que define la política económica del sexenio y que pone esta novela en el horario estelar del canal de las estrellas.


La decisión de aumentar el impuesto mínimo global para plataformas de comercio electrónico chinas del 19% al 33.5% es un movimiento audaz y estratégico. Por un lado, busca nivelar el campo de juego. Las empresas chinas, con su modelo de negocio de bajo costo y envíos directos al consumidor, han generado una presión competitiva insostenible para el comercio local. La medida busca recuperar una parte de la derrama económica que se ha fugado y, de paso, mitigar el impacto sobre las cadenas de suministro nacionales.

Es una señal clara de que México no se quedará de brazos cruzados ante un fenómeno que, si bien beneficia al consumidor con precios más bajos, ha erosionado la base fiscal y el empleo en sectores como el textil y el calzado.


Sin embargo, esta decisión no puede ser vista en un vacío. Es un intento, quizás desesperado, de inyectar oxígeno a una hacienda pública asfixiada por el déficit fiscal. El 5.7% del PIB es una cifra que exige una respuesta contundente. Este desequilibrio en las finanzas públicas, producto de un gasto gubernamental expansivo y una recaudación insuficiente, es un lastre que pone en riesgo la estabilidad macroeconómica del país.

El nuevo gobierno hereda este desafío y se ve obligado a buscar fuentes de ingreso de manera creativa y rápida. La presión es real: sin una corrección del déficit, el riesgo de una espiral de deuda y menor inversión aumenta exponencialmente.


Y es aquí donde las piezas del rompecabezas encajan. La imposición de mayores impuestos a las plataformas chinas no es solo una medida de protección comercial; es una estrategia para aumentar la recaudación y, de alguna manera, compensar la brecha fiscal. El gobierno apuesta a que el volumen masivo de transacciones que estas empresas manejan generará ingresos significativos, aunque su impacto real aún está por verse. La pregunta es: ¿será suficiente?


La respuesta, probablemente, es que no. El déficit fiscal de 5.7% es un monstruo que requiere soluciones más estructurales y no solo parches fiscales. Si bien la medida contra las plataformas chinas es una buena señal de que el gobierno está dispuesto a tomar decisiones difíciles, la verdadera prueba de fuego será la capacidad de implementar una reforma fiscal integral que no solo aumente los ingresos, sino que también fomente la inversión y el crecimiento. La dependencia de medidas puntuales puede generar inestabilidad y, en el peor de los casos, un efecto rebote. Las plataformas podrían buscar mecanismos para evadir o trasladar el costo al consumidor, perdiendo el efecto deseado.


El nuevo gobierno se enfrenta a un desafío doble: por un lado, tiene que demostrar que tiene un plan para corregir el rumbo fiscal sin ahogar a la economía y, por otro, debe gestionar la transición económica global que se manifiesta en el fenómeno de las plataformas chinas. La telaraña fiscal que ha tejido el gobierno con esta nueva medida es un primer paso, pero la complejidad del problema exige una visión más amplia y de largo plazo. El país necesita más que nuevos impuestos; necesita una estrategia económica coherente que genere confianza y nos encamine a un crecimiento sostenible… En pocas palabras, necesitamos que la telaraña aguante cada vez más elefantes, o más telarañas, como lo quiera ver.